El cine no interpreta, solamente nos muestra...... El que interpreta es el médico
por Bartolomé de Vedia (1995)"Todos somos cineastas, nuestros ojos son la mejor cámara del mundo; nuestros oídos son los mejores micrófonos y nuestro cerebro es la mejor máquina de montaje"
Claude Lelouch (1937 - )
"La semiología es la ciencia de la medicina"
Umberto Ecco (1932 - 2016)
"La práctica de la medicina necesita solo conocimientos de semiología y anatomía patológica"
José Emilio Burucúa (1918 - 1995)
Hay símbolos, signos e iconos por doquier, todo aquello que transfiera información, todo significante, llevará consigo un significado".
Victoria Monserrat Stangler.
Hacia mediados de la década del 50, el gran crítico francés André Bazin -a quien Francois Truffaut consideraba su padre artístico- elaboró la teoría de la objetividad cinematoáfica, según la cual la verdadera escencia del lenguaje del film reside su aptitud para reproducir la realidad de manera mecánica, es decir, en su capacidad para mostrar las cosas tal como efectivante son. Resumida así, la teoría puede parecer elemental, casi una simpleza, pero si se ahonda el analisi se advierte que tiene una importancia fundamental, entre otros motivos porque ayuda a comprender la enorme distancia que existe entre el cine y las otras ramas del arte, cuya misión no es mostrar la realidad sino interpretarla o describirla subjetivamente.
Bazin -que fue corredactor jefe los famosos Cahiers du Cinema- fue desplegando sus ideas a través de numerosos artículos, que Editorial du Cerf reunió, posteriormente, en cuatro volúmenes, el título Qu’est-ce que le cinema. La obra fue editada en 1958, el mismo año en que murió Bazin; el autor no llegó a verla publicada, pero alcanzó -enfermo ya- a corregir las pruebas de imprenta.
“El cine -dice el gran teórico de los Cahiers- aparece como la culminación en el tiempo de la objetividad cinematográfica”. A su juicio, el cine es un hijo de la mecánica -como la fotografía- y, por lo tanto, su gran privilegio es registrar el mundo exterior sin la intervención mediatizadora o recreadora de un observador humano. “Por primera vez -observa Bazin-, entre el objeto y su representación no se interpone nada; por primera vez, una imagen del mundo exterior se forma autónomamente, sin intervención del hombre”.
Al expresar estas ideas, Bazin se apartaba de las teorías que prevalecían en casi todo el mundo respecto de la naturaleza del cine y, sobre todo, ponía en cuestión el largo predominio ideológico de las vanguardias estéticas, que desde los tiempos del cine mudo habían exaltado la subjetividad del lenguaje fílmico y habían impuesto el principio de que una obra adquiere verdadera significación estética cuando las huellas de la intervención del artista son bien visibles. Al reivindicar la objetividad como la cualidad esencial de la obra cinematográfica, Bazin proponía un giro de ciento ochenta grados en el terreno de la reflexión teórica sobre la naturaleza del cine.
Como bien lo ha señalado Eric Rohmer -otro lúcido cineasta íntimamente vinculado al grupo de los Cahiers-, lo que le importaba a Bazin no era mostrar en qué se asemeja el cine a las otras ramas del arte sino, justamente, en qué se diferencia de ellas. En la pintura, por ejemplo, el mundo exterior no está presente sino a través de la evocación que el artista hace de él. En el cine, en cambio, los datos y objetos de la realidad se instalan ante el espectador, están virtualmente allí. El cine no los interpreta: los muestra.
El espacio del creador
¿Cuál es, entonces, el espacio que le queda al artista cinematográfico, al creador de cine? El espacio es enorme: el cineasta nos hace partícipe de las cosas del mundo real al captarlas, mostrarlas y relacionarlas. El cine es, por excelencia, un arte del movimiento; como tal, su especificidad es acercarnos la realidad acotando el espacio y explorando las inagotables posibilidades del tiempo. Su misión es mostrar las cosas, pero no de una manera estática sino con el dinamismo temporal y espacial que está en su naturaleza y que constituye su originalidad y su fuerza. “El ser del cine -dice Rohmer- se revela tanto en el espacio como en el tiempo; en realidad, se revela en el espacio-tiempo, porque está claro que en el cine no se pueden disociar las dos dimensiones”.
Por supuesto, todo film propone, en definitiva, una interpretación del mundo. Pero en el cine, a diferencia de lo que ocurre en las otras artes, las cosas reales irrumpen por sí mismas: la interpretación desaparece. “Ese es el milagro de los primeros films de Lumiére -observa Rohmer-, que nos hacen ver el mundo con ojos diferentes y admirar, como dijo Pascal, cosas que no sabíamos admirar en el original: personas que caminan por la calle, niños que juegan, trenes que andan. Nada más banal”.
Lo propio del cine, en definitiva, es valorizar y celebrar la realidad.
En estos tiempos en que la industria fílmica dispone de un arsenal cada vez más perfecto de artificios técnicos y efectos especiales destinados a enmascarar y desfigurar el mundo real hasta tornarlo irreconocible, parece oportuno retomar los conceptos teóricos de André Bazin.
Y rescatar el espíritu de un momento de la historia del cine -el del auge del neorrealismo y el de los albores de la “nouvelle vague”- en que pareció tomarse conciencia, con más intensidad que nunca, de que el cine es un arte ligado a una determinada manera de explorar la realidad y de que la dimensión ética y estética del lenguaje del film no es separable de su esencia documentalista. (c) LA NACIÓN